Muchas personas buscan un resumen del libro Canción de Navidad (Charles Dickens), ya sea porque desean conocer el contenido de esta obra cumbre de la literatura universal rápidamente o porque se lo han mandado leer en la escuela y «se les ha echado el tiempo encima» 🙄. Si es tu caso, has dado con la página correcta, porque en Mumablue hemos trabajado duro para acercar esta magnífica novela a cualquier persona a través de un resumen fiel a la obra original.
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Música de Dominio Público y CC 3.0 We wish you a merry Christmas y Agnus Dei, por Kevin MacLeod; Silent night (Joseph Mohr, Franz Xaver Gruber, US Army chorus)
Resumen del libro Canción de Navidad (Charles Dickens)
ESTROFA PRIMERA: EL FANTASMA DE MARLEY
El señor Scrooge se había quedado al frente de la contaduría desde que muriera su socio, Jacob Marley. Un negocio que manejaba con corazón despiadado y mano de hierro. Scrooge era un viejo avaro y codicioso, frío como el hielo, carente de empatía y compasión. Nadie jamás lo paró por la calle con alegría, ningún mendigo le pidió una moneda, ningún niño le preguntó nunca la hora. Pero eso a Ebenezer Scrooge no le molestaba. ¡Al contrario! Le gustaba mantenerse a distancia de toda simpatía humana, porque al señor Scrooge no le gustaba la gente.
Aquel día era el día de Nochebuena y hacía un frío crudo y cortante, neblinoso. El reloj de la ciudad dio las tres y ya estaba muy oscuro. El señor Scrooge trabajaba con la puerta de su despacho abierta para poder vigilar a Bob Cratchit, su único empleado, quien aporreaba una vieja máquina de escribir al lado de un minúsculo fuego. La pequeña brasa apenas alcanzaba para calentarle a Bob la nariz, pero el señor Scrooge no permitía gastar casi carbón. Así que Bob trabajaba muerto de frío.
La puerta se abrió y un hombre entró en la contaduría. Era el sobrino de Scrooge.
– Feliz Navidad, tío -exclamó con alegría
– ¡Bah! – gruñó el señor Scrooge – ¡Paparruchas!
Al señor Scrooge no le gustaba nada en la vida, excepto el dinero. Pero si había algo que odiaba por encima de todo, era la Navidad.
– ¡Con que Feliz Navidad! ¿Qué es la Navidad? La época en la que eres un año más viejo y ni un poquito más rico. ¡A cada idiota que va por ahí diciendo “feliz Navidad”, lo cocinaría en su budín navideño!
El sobrino no pensaba así. De hecho, nadie pensaba como Scrooge. La Navidad era una época alegre, el momento de ser caritativo y amable con los demás. Por eso, el sobrino, no se rindió:
– Tío, no se enfade. Mañana es Navidad. Venga usted a comer a casa.
– ¡Buenas tardes! – respondió, seco, Scrooge, empujando a su sobrino hacia la puerta.
Al poco, dos hombres entraron en la contaduría, preguntando por Jacob Marley.
– Murió -les dijo Scrooge- ¿qué es lo que quieren?
Apenados por la noticia, los hombres le informaron de que estaban recaudando fondos para las personas necesitadas, para que tuvieran comida, bebida y carbón para calentarse. Y que esperaban que él se mostrara generoso.
– ¿Generoso? ¿yo? – rió el señor Scrooge, mientras acariciaba puñados de monedas – Esos necesitados de los que hablan… ¿es que no hay asilos para ellos? ¿es que no hay cárceles?
Los hombres titubearon.
– ¡Ni soy feliz en Navidad ni deseo hacer felices a los vagos! ¡Váyanse! De mí no sacarán ni un penique.
Tan pronto cerró la puerta tras aquellos buenos hombres, Scrooge miró fijamente a su empleado, y dijo:
– ¿Y supongo que usted mañana querrá el día libre, ¿no es así?
– Se lo agradecería mucho, señor – dijo Bob, tímidamente.
– Ahhh, si no le concediera libre el día de Navidad se sentiría usted agraviado, pero, ¿qué hay de mí? ¿no es un agravio tener que pagar el salario de un día a cambio de ningún trabajo? ¡Está bien! Pero más vale que al día siguiente no entre usted ni un minuto tarde.
El empleado se marchó, lleno de alegría, dándole las gracias muchas veces. Scrooge cerró la contaduría, cenó solo en la triste taberna de siempre y se encaminó a su casa.
El señor Scrooge vivía en un destartalado edificio de habitaciones frías y lúgubres. El patio estaba tan oscuro que Scrooge tuvo que ir a tientas, hasta alcanzar el viejo portalón, del que pendía una gran aldaba. Cuando sacó del bolsillo la llave y la metió en la cerradura, a pesar de la oscuridad, la vieja aldaba se convirtió en el fantasmagórico rostro de Marley. El señor Scrooge parpadeó, y la alucinación desapareció.
– Paparruchas – se dijo.
Giró la llave y entró. Adentro estaba todavía más oscuro, así que encendió una vela y cerró de un portazo antes de subir las escaleras.
Al llegar a su habitación se puso pijama, bata y gorro de dormir y se sentó en la butaca, intentando sacarse de la cabeza el fantasmal rostro de Marley. Algo llamó su atención. La pequeña campana que servía de timbre comenzó a moverse y a sonar, como por arte de magia. Al instante, todas las campanas del edificio comenzaron a sonar a la vez. Al cabo de unos segundos, que a Scrooge le pareció una hora entera, las campanas pararon de sonar. Se escuchaba ahora un sonido metálico, como si alguien arrastrara unas cadenas escaleras arriba y se dirigiera hacia su alcoba. La puerta se abrió con estrépito. Frente a él estaba Marley o, mejor dicho, su fantasma. Su cuerpo era transparente. Pero a Scrooge no le tembló la voz, a pesar de estar aterrorizado.
– ¿Quién eres? ¡¿Qué haces aquí?!
Habló la voz de Marley.
– No crees que sea real, ¿verdad?
– No – contestó Scrooge. Y como si no se creyera sus propias palabras, añadió: -¿Por qué vas encadenado?
– Es la cadena que, eslabón a eslabón, me forjé en vida. ¡Por avaro, por egoísta! Debí haber sido caritativo, benevolente, misericordioso. ¡Y ahora no arrastraría esta pesada cadena de remordimientos! Mucho más pesada en Navidad
Scrooge abrió la boca para decir algo, pero el fantasma de Marley le interrumpió.
– ¡Escúchame! No tengo mucho tiempo. He venido a avisarte de que todavía estás a tiempo de escapar a mi mismo destino. ¡Te ofrezco una oportunidad! En las noches sucesivas recibirás la visita de tres espíritus cada vez que la campana anuncie la medianoche.
El fantasma comenzó a salir de la habitación mientras advertía:
– A mí no me verás más. Pero procura no olvidar mis palabras.
Cuando el fantasma de Marley desapareció, el señor Scrooge descorrió la cortina y se asomó a la ventana. Observó la calle desierta. Un tremendo cansancio lo invadió y, recostándose en la butaca, se quedó adormilado.
ESTROFA SEGUNDA: EL FANTASMA DE LAS NAVIDADES PASADAS
El sonido del reloj dando las doce despertó a Scrooge. Nada ocurrió y el viejo avaro pensó que todo había sido un sueño. Pero de pronto se produjo un destello de luz como preámbulo del nuevo visitante. Frente a Scrooge se hallaba un extraño espíritu, difícil de describir, porque tenía apariencia de niño y de anciano a la vez.
– ¿Quién eres? – preguntó el señor Scrooge.
– Soy el Fantasma de las Navidades Pasadas – respondió el espíritu. – Acompáñame.
Y diciendo esto, el fantasma le agarró de la mano y, juntos, atravesaron la pared.
Aparecieron en un camino rodeado de campo. Al fondo se veía un pueblo.
– ¿Recuerdas este camino?
– ¡Claro que lo recuerdo! Lleva al pueblo de mi infancia.
En ese instante, vieron cómo se acercaban unos muchachos montados en ponys que tiraban de un carro. El señor Scrooge, en zapatillas, bata y con gorro de dormir, se sintió avergonzado.
– No te preocupes – dijo el fantasma – no pueden vernos. Son sombras del pasado.
Continuaron caminando hasta llegar a la escuela. Allí, en una austera aula, había un único niño, olvidado. Scrooge no pudo evitar un sollozo al contemplar a aquel niño triste y solitario.
– ¡Soy yo!
– Veamos otra Navidad – dijo el espíritu.
Al instante, cambió el paisaje. Ahora se encontraban en una vieja casa. El mismo niño paseaba, impaciente, de un lado a otro. De pronto, se abrió la puerta y una niña pequeña corrió a abrazarlo y, con mucha alegría, le comunicó que pasaría la Navidad en casa.
– Qué alegría volver a ver a mi hermana. Era una persona maravillosa, me quería muchísimo. Pero se murió hace unos años. Creo que dejó hijos.
– ¡Uno! -recordó el fantasma – tu sobrino.
Y según decía esas palabras, la vieja casa se esfumó y el entorno se convirtió en un acogedor almacén. Allí, el dueño hablaba alegremente con sus dos empleados.
– ¡Pero si es el señor Fezziwig! – exclamó, con entusiasmo, Scrooge. ¡Y Dick! ¡Dick Wilkins!. Y ese soy yo…
El señor Scrooge recordaba perfectamente aquel día. Era víspera de Navidad y el señor Fezziwig animaba a sus dos aprendices, loco de contento, a echar el cierre cuanto antes y marcharse a casa a celebrar la Nochebuena con sus familias. Ante esa visión del pasado, el corazón del señor Scrooge se ablandó y deseó tener delante a su empleado, Bob Cratchit, para decirle unas amables palabras.
De nuevo el escenario cambió. Ahora se hallaban en un bonito salón. Como si se viera reflejado en un espejo del pasado, allí estaba un joven y apuesto Scrooge, junto a una bella muchacha que con lágrimas en los ojos, se despedía de él para siempre. ¡Oh! Su bella amada. Le abandonaba porque ya no era el Scrooge alegre que conoció cuando ambos eran pobres y felices. La muchacha le recriminaba haberse convertido en un avaro, le reprochaba que lo único que le importaba era el dinero. Lo que antes era amor y felicidad se había convertido en tristeza. Por eso se iba.
– ¡No me enseñes más, espíritu!
Pero el espíritu no le hizo caso y le mostró a esa misma joven, frente a una chimenea. Tenía en brazos a una niña preciosa, que reía y balbuceaba llamando a su papá. Cuando Scrooge se dio cuenta de que, si no hubiera sido tan egoísta, él podría haber sido el padre de una niña tan maravillosa como esa, no pudo aguantar más y gritó:
– ¡No puedo más! ¡Sácame de aquí!
ESTROFA TERCERA: EL FANTASMA DE LAS NAVIDADES PRESENTES
El señor Scrooge se despertó en medio de un ronquido enorme. Justo un instante después, la campana de la torre comenzó a anunciar la medianoche. La habitación se había inundado de una luz fantasmagórica que parecía emanar de la habitación contigua. Scrooge abrió la puerta de su alcoba y, al otro lado, encontró a un espíritu gigante y bonachón. La luz emanaba de una antorcha que sujetaba en una mano.
– Soy el Fantasma de las Navidades Presentes. ¡Agarra mi túnica! – le ordenó.
Scrooge obedeció y, al instante, ambos se encontraban en las concurridas calles de Londres. Era el día de Navidad. A pesar de que la mañana era triste y gris, el trasiego y el buen humor de la gente creaban un ambiente de alegría. De pronto, de todas las calles, callejuelas y callejones comenzó a salir mucha gente pobre que llevaba a hornear sus escasos alimentos a los hornos de las panaderías. El espíritu, al pasar, rociaba esas comidas con incienso de su antorcha. Y aquellas personas, a pesar de que eran víctimas del frío y del hambre, se llenaban de alegría navideña.
El espíritu lo condujo hasta una de las casas e invitó a Scrooge a mirar a través de la ventana. Allí, en una humilde cocina, estaba su empleado, Bob Cratchit, junto con su mujer y sus cinco hijos. Todos se habían arreglado mucho, a pesar de que sus ropas eran tan viejas y estaban tan remendadas que parecía como si la tela se fuera a deshacer de un momento a otro. Pero sin duda, el que peor aspecto tenía era el pequeño de la familia. Estaba muy pálido y ojeroso, de tono enfermizo. Tenía una sujeción de hierro en la pierna y caminaba con la ayuda de una muleta. Se llamaba Tim.
– Espíritu, dime si el niño se pondrá bueno – suplicó Scrooge.
– Veo un sitio vacío cerca de la chimenea y una muleta sin dueño. Si nada cambia, el pequeño Tim morirá. – respondió el espíritu.
– ¡No! ¡No quiero creerte! ¡Dime que se salvará!
En ese momento, la señora Cratchit apareció con el pavo. Todos se sentaron a la mesa, aplaudiendo y gritando de alegría. Parecía que no se dieran cuenta de que el pavo asado era tan pequeño y famélico que no habría sido suficiente ni para una sola persona. Bob propuso un brindis.
– ¡Feliz Navidad! Brindo por nuestra maravillosa familia – dijo Bob. Y, haciendo una pausa, continuó: – Y brindo también por el señor Scrooge. Gracias a él podemos darnos este festín.
El señor Scrooge bajó la cabeza, avergonzado y arrepentido, justo al tiempo que la señora Cratchit decía, muy indignada:
– ¡Sí! ¡Menudo festín opulento, el nuestro! -estaba tan enfadada que su cara se había puesto roja. -¡Ójala le tuviera delante ahora mismo para poder decirle cuatro cosas!
– Querida, que es Navidad… -le recordó Bob.
A regañadientes, la señora Cratchit levantó el vaso y todos brindaron.
– Brindo a su salud sólo porque es Navidad.
En ese instante, el espíritu agarró a Scrooge de la mano y lo elevó por el cielo. Aparecieron en una hermosa y acogedora sala en la que otra familia celebraba, con entusiasmo, la Navidad. Scrooge reconoció la risa de su sobrino. Era la comida a la que no había querido asistir.
– ¡Como os lo cuento! – reía su sobrino – ¡Me dijo que la Navidad eran paparruchas!
– ¡Ese hombre me pone de los nervios! – contestó la sobrina.
– Pues a mí lo que me da es pena. Es él quien sufre por sus manías.
– Peor para él, se ha perdido una fantástica fiesta.
Y efectivamente lo fue. Después de cenar charlaron un rato y rieron haciendo numerosas bromas sobre el señor Scrooge. La sobrina tocó el piano y todos cantaron. Después, jugaron a las “Veinte preguntas”. Para entonces, el señor Scrooge estaba totalmente integrado en la cena y, sin acordarse de que no podían verle ni oírle, respondía a las preguntas que se sabía en voz muy alta. El fantasma se alegró de verlo tan contento, pero le anunció que tenían que irse. Entonces el sobrino propuso un brindis.
– Brindo por el tío Scrooge, que tanta risa nos ha proporcionado esta noche.
– ¡Por Scrooge! -gritaron todos, mientras brindaban.
Scrooge, emocionado, quiso reír y cantar junto a ellos. Incluso les habría dedicado un emotivo discurso de haber podido hacerse oír.
Pero ahora estaba en otro lugar: el fantasma le había llevado a visitar asilos, casas de beneficencia, hospitales y prisiones. El espíritu rociaba a todos aquellos desgraciados con su antorcha y, al instante, les invadía la felicidad. Era un fantasma realmente bondadoso y compasivo.
De repente, el fantasma se levantó la túnica dejando al descubierto a un niño y una niña. Harapientos, escuálidos, malhumorados. Pero miraron a Scrooge con humildad. El viejo se quedó desconcertado.
– ¿Son tuyos, fantasma?
– Son del Hombre – respondió. El niño es la Ignorancia y la niña, la Necesidad. Cuídate de todos los que son como ellos. Sobre todo cuídate de este niño, pues lleva escrita en el rostro la Fatalidad.
– ¿No tienen a dónde ir o a alguien que les ayude? – preguntó Scrooge, entristecido.
– ¿Es que no hay cárceles? ¿Es que no hay asilos para pobres? – respondió el fantasma, repitiendo las mismas palabras que Scrooge había pronunciado aquella misma tarde.
La campana de la torre dio las 12. Scrooge miró a su alrededor, pero el espíritu había desaparecido. Cuando sonó la última campanada, levantó la vista y vio un espectral fantasma, completamente cubierto bajo una negra túnica.
ESTROFA CUARTA: EL FANTASMA DE LAS NAVIDADES FUTURAS
El fantasma se le acercaba lentamente envuelto en un aura de sombras y misterio. No se veía nada de él, tan sólo una mano que llevaba estirada hacia adelante.
– ¿Eres el Fantasma de las Navidades Futuras? -preguntó Scrooge, lleno de temor.
El espíritu nada contestó.
– Me enseñarás aquellas cosas que aún no han ocurrido, ¿no es así?
El espíritu hizo un leve asentimiento de cabeza, pero continuó completamente mudo.
Scrooge se estremeció al pensar que, detrás de aquella impenetrable capucha se ocultaban unos aterradores ojos.
– ¡Fantasma del futuro! ¡Me provocas más temor que ningún otro! – exclamó Scrooge, y suplicó: -¡Vamos, Espectro, muéstrame aquello que no quiero ver! ¡Acaba con esto cuanto antes!
La ciudad de Londres apareció de pronto, rodeándolos. Estaban en el mismísimo centro de la ciudad. Los comerciantes iban de un lado para otro. Se escuchaba el tintinear de las monedas en sus bolsillos. El fantasma se detuvo junto a un grupo de hombres de negocios y los señaló con la mano. Scrooge se acercó a ellos para escuchar de qué estaban hablando. Al parecer, un hombre había muerto, y aquellos caballeros discutían sobre cuál había sido el motivo y a quién había legado su fortuna. Todos coincidían en algo: el hombre muerto no les importaba nada, era un viejo diablo, sólo acudirían al funeral porque darían de comer. Dicho esto, los hombres se marcharon. Scrooge los conocía a todos y miró, intrigado, al fantasma, en busca de una explicación. Pero el espíritu no dijo nada, se limitó a señalar con el dedo a otros dos hombres, muy ricos, que conversaban entre sí sobre lo mismo. Scrooge estaba desconcertado: ¿a qué muerto se referirían? Tal vez hablaban de Marley. No, no podría ser, la muerte de Marley pertenecía al pasado y ahora… ahora estaban en el futuro.
El señor Scrooge miraba entre el gentío, intentando encontrar a su yo del futuro para tratar de conseguir una pista, cuando el escenario cambió por completo. Scrooge retrocedió, aterrorizado. Estaban junto a una cama. En ella, tapado con una sábana de pies a cabeza, yacía el hombre muerto. Nadie lloraba por él. Ninguno de los presentes pronunció hacia él una sola palabra amable. Parecía que no habían acudido a velar al difunto, sino más bien para asegurarse de que realmente estaba muerto.
– ¿Quién es este hombre?
El silencioso espíritu le animó, con un gesto, a tirar de la sábana y descubrir su rostro. Pero Scrooge se negó, horrorizado.
– ¡Oh, espectro! Si hay alguien en todo Londres que sienta pesar por la muerte de este hombre, muéstramelo, por favor!
El fantasma le mostró distintas escenas del futuro, pero en ninguna de ellas nadie daba muestras de echar de menos al muerto, ni pudo averiguar de quién se trataba. Tampoco vio Scrooge ni rastro de su yo futuro.
– Espíritu, dime quién era el hombre muerto que hemos visto.
El fantasma lo condujo hasta su despacho. Scrooge tuvo la sensación de que habían cambiado de época futura. A través de la ventana, el viejo contempló un despacho que no era el suyo. Los muebles habían cambiado y el hombre que se sentaba tras la mesa, no era él. El escenario cambió de nuevo. Ahora se encontraban frente a una verja de hierro. Era la puerta que daba paso al cementerio. El espíritu extendió su mano y señaló una lápida. Atemorizado, leyó la inscripción que había grabada en la tumba: EBENEZER SCROOGE.
Scrooge cayó de rodillas.
– ¿Yo era el muerto? ¡No, no no! ¡Espectro! -suplicó, agarrándose fuertemente a su túnica – Ya no soy el que era, he cambiado. Dime que aún estoy a tiempo de cambiar mi destino. Me convertiré en un hombre bondadoso, honraré la Navidad.
La túnica del fantasma comenzó a encogerse hasta convertirse en el pilar de una cama.
ESTROFA QUINTA: FINAL
Scrooge estaba de nuevo en su habitación. Al darse cuenta de que seguía vivo, pensó, con júbilo, en todo el tiempo que tenía por delante para convertirse en menor persona. Estaba tan nervioso y alegre que no sabía lo que se hacía y movía su ropa de un lado para el otro, doblándola y desdoblándola sin ton ni son.
Por la ventana se coló el alegre tañer de las campanas de las iglesias. ¡No sabía ni qué día era, pero qué alegría y qué gozo colmaban su alma. Se asomó a la ventana y descubrió un soleado y radiante día, un día frío que invitaba a bailar. ¡Magnífico!
– ¡Eh, oye, muchacho! -le gritó a un chico que pasaba por la calle. – ¿Sabes decirme qué día es hoy?
El chico no pudo contener su asombro.
– ¿Cómo que qué día es hoy, señor? ¡Es Navidad!
– ¡Navidad! No me la he perdido. ¡Así que todo ha ocurrido en una sola noche! ¡Magnífico! ¡Sensacional!
– Muchacho, ¿sabes si en la pollería de la esquina siguen teniendo ese inmenso pavo en el escaparate?
– ¿Ese que es tan grande cómo yo? Sí, todavía está.
– ¡Qué maravilla! ¡Qué chico tan divertido! Sí, ese mismo. Te diré algo: si vuelves con el mozo de la tienda y me lo traéis, te daré un chelín. ¡Y si vuelves en menos de cinco minutos, recibirás media corona!
Tan pronto escuchó aquello, el muchacho echó a correr calle abajo.
– Lo enviaré a la casa de Bob Cratchit – se dijo Scrooge, muerto de risa, mientras bajaba las escaleras. -Abulta el doble que el pequeño Tim.
Al poco vio aparecer al muchacho, seguido por el mozo que, a duras penas, cargaba con el enorme pavo.
– ¡Es imposible que lo lleve usted solo hasta Candem Town! – dijo Scrooge -¡Tiene que coger un coche de alquiler!
El señor Scrooge pagó al muchacho, al mozo y al cochero, sin parar de reír.
– ¡Feliz Navidad! ¡Próspero Año Nuevo! – Le deseaba a todo el mundo, mientras caminaba por las calles, tan llenas de gente como le había enseñado el Fantasma de las Navidades Presentes.
Por el camino, al verle tan feliz y radiante, cuatro personas le desearon feliz Navidad. Además, dio una generosa limosna a los mendigos que se cruzaron en su camino y le perdonó la deuda con él contraída a un cliente empobrecido que se encontró por el camino. Así, llegó a casa de su sobrino. Entró directamente, como solo hace alguien de la familia.
– ¡Fred! -Llamó.
Al verlo, su sobrina política dio un respingo.
– ¡Por todos los Santos! ¿Quién es? – exclamó Fred.
– Soy el tío Scrooge. Vengo a comer. ¿Puedo pasar?
Todos le ofrecieron a Scrooge una calurosa bienvenida. La cena fue muy divertida, cantaron, bailaron, rieron y jugaron a “Las Veinte Preguntas”, pero esta vez Scrooge estaba allí de verdad. Aquella estupenda comida de Navidad era real. La fiesta se alargó hasta bien entrada la noche, pero, aún así, Scrooge madrugó mucho a la mañana siguiente. ¡Quería estar en la oficina antes que Bob para cazarlo llegando tarde! ¡Y desde luego, lo consiguió! Ya que su empleado llegó dieciocho minutos y medio tarde.
Bob se quitó el sombrero y el abrigo, entró sigilosamente, se sentó en su silla y se puso a trabajar rápidamente, deseando que el señor Scrooge no se hubiera percatado del retraso.
– ¡Vaya, vaya! – gruñó Scrooge, fingiendo la voz que tenía antes. -¿Cómo se atreve a llegar tarde?
– Lo siento mucho, señor. Ayer festejamos hasta tarde y…-se disculpó Bob, tembloroso. -No volverá a ocurrir.
– ¡Desde luego que no volverá a ocurrir! – continuó fingiendo el señor Scrooge. Y dándole un amistoso codazo, concluyó: – … porque ¡le voy a subir el sueldo!
Bob dio un salto hacia atrás, asustado. Pensó en defenderse con la regla que tenía en el escritorio, con pedir ayuda a gritos. ¡El señor Scrooge se había vuelto loco! ¡Quién sabía lo que era capaz de hacer!
– ¡Feliz Navidad, Bob! – dijo, y le abrazó. – Le deseo toda la felicidad que le he robado estos últimos años. Le subiré el sueldo, ayudaré a su familia… esta tarde lo hablaremos mientras tomamos unos vasos de ponche junto al fuego. ¡Vamos, Bob! Encienda las estufas y compre otro saco de carbón.
Y así fue como el despiadado, el malvado, avaro y egoísta del señor Scrooge, gracias a la visita de los tres fantasmas, se convirtió en una de las mejores personas que vivieran jamás en Inglaterra. Y durante el resto de su vida, todo el mundo coincidía en que el señor Scrooge sabía vivir la navidad como nadie.
FIN
Canción de Navidad, un resumen fiel a la obra original
Esperamos que te haya gustado y ayudado nuestro resumen del libro Canción de Navidad (Charles Dickens), hemos trabajado concienzudamente para que nuestro relato se ajuste lo máximo posible a la obra original del autor, y creemos que refleja con gran fidelidad escenas, capítulos y personajes. No obstante, debes tener en cuenta que, por necesidades lógicas, se han suprimido algunos pasajes o personajes (por ejemplo el pasaje en el que unos traperos roban objetos de valor al fallecido Scrooge y se los ofrecen a un prestamista, la referencia a los fareros o la historia del hombre que debe dinero a Scrooge).
Debes tener esto en cuenta si buscas un resumen del libro Canción de Navidad (Charles Dickens) porque te van a examinar acerca de él. Si bien es cierto que en este resumen hemos eliminado aquellas partes menos importantes para el desarrollo del relato, cualquier pregunta te podría caer en un examen, sobre todo si es un profesor de esos que «van a pillar».
Aún así, estamos seguros de que este resumen del libro Canción de Navidad (Charles Dickens) te ayudará a conocer con gran precisión la obra, tanto en lo que respecta a la propia trama, como a los personajes o al propio mensaje que el autor británico quiso transmitir.
Si buscas algo todavía más sintético, te dejamos un resumen del libro Canción de Navidad (Charles Dickens) más corto. ¡Es, además, ideal para que los niños se aproximen a este maravilloso relato navideño.