Ser madre en cuarentena es multiplicarse, al menos, por tres. ¿Os acordáis de cuando creíamos que lo del confinamiento iba a ser cosa de una semana? ¡Mira, por fin concilio! Nos dijimos muchas madres para nuestros adentros… ¡Qué ingenuidad! ¡Qué inocencia infantil! ¡Qué ternura me inspira mi yo del pasado! Aaaayyy… Más de un mes después encerrada en casa con tres niños, con teledeberes, teletrabajo y telediario, me doy cuenta de la fina línea que separa conciliación y estar muy pringada. Ser madre en cuarentena
Que, oye, lo de pasar tiempo con los hijos está muy bien… ¡pero a estas alturas, he subido a los míos a Wallapop! Por lo visto hay sobreoferta… Tranquilos, es broma, nunca vendería a mis hijos… ¿por qué venderlos si los puedo regalar? Dejando los chistes aparte (y antes de que algún asistente social me abra una investigación un poco incómoda) diré que a mis hijos los quiero mogollón, son mi razón de ser, mi verdadero motivo para seguir adelante… mi dolor de cabeza y de espalda. ¿No estábamos siendo sinceros?
Tres niños en un piso durante más de un mes, para empezar, significa reforma. No sé si el seguro cubrirá todos los daños sufridos en paredes y en vidrios… No creo, no cubren pandemias, ni desastres naturales, ni catástrofes nucleares, ni apocalipsis zombie… ¡palabra! Me he leído tres veces la póliza. ¡Joé, cómo se cubren las espaldas! No importa, intentaré mantenerlos a raya. Pero, ¿qué hago para amansar a las fieras? ¿Enchufarlos todo el día a una pantalla? ¡No! Cada vez que María, de cinco años, se acerca a la tele resuena en mi cabeza aquél “Caroline… ve hacia la luz”, de Poltergeist. ¡Estremecedor! No, nada de pantallas, a ver si en cualquier momento va a llamar a la puerta la médium esa siniestra, “mediometro”. ¡Yo les compro cuentos! ¡Creía que con el confinamiento iba a ahorrar! ¡Ja! Otra prueba más de mi ingenuidad. ¡Lo que no me gasto en ir de cañas con los amigos me lo gasto en cuentos! Bueno, he de decir que es una forma mucho más provechosa de gastar el dinero. ¡Es una inversión! Por cierto: ¿A vosotros también se os está olvidando la cara del camarero? ¡Un drama!
Si la convivencia es difícil ya de por sí, en confinamiento se vuelve una tarea titánica. Yo con mi marido juego a que no nos conocemos: cuando sirve la cena, le trato de camarero y le pido un poco más de Chardonnay (Estoy soñando, no hay miseria); cuando vuelve del súper con la compra, le suelto dos eurillos de propina; y si me lo cruzo en el pasillo, le doy unos cordiales buenos días, como al portero. ¡Pero lo mejor viene cuando nos metemos en la cama! Hay que sacar provecho de las circunstancias, amigas mías, dejar volar la imaginación en estos tiempos que corren es la clave, tanto para niños, como para cualquier madre en cuarentena.
¡¿Y qué decir de la constante omnipresencia de los cachorros?! La atención que demandan es constante. Tanto, que creo que he desarrollado dos cerebros: uno para atender las videoconferencias del trabajo, y otro para cualquier requerimiento infantil que se produzca en paralelo. He de reconocer que aún no tengo completamente dominada esta dualidad neurológica. ¡El otro día le exhorté a mi jefe que se fuera a ver Peppa Pig mientras le desgranaba a mi hijo pequeño los datos de ventas! Sí, amigos, después de aquello soy carne de ERTE.
En fin, que esto no hay quien lo aguante. ¡Se me cae la casa encima! Tengo que mirar en qué página web está comprando la gente los perros, ESOS QUE NO HABÍA VISTO EN MI VIDA, a ver si pillo un salvoconducto y saco cinco minutitos para mí ) ¿cuánto tarda un perrito en hacer sus cosas?… ¡Ánimo, papás y mamás! Esto pasará pronto… ¿Y sabéis qué es lo mejor? ¡Que los abuelos estarán deseando pasar tiempo con los nietos! Voy a ver si hago un tanteo en Skyscanner, a ver cuánto han bajado los precios para una vuelta al mundo y se me olvida, por un momento, lo que es ser madre en cuarentena.
Soy madre, así que sólo puedo decir, a la vista de lo que va a durar el confinamiento, es: ¡Menos mal que no me hice las mechas! Y punto.