El otro día vi un documental de los años 60, de cuando en España nos empezábamos a “ir de vacaciones” en verano. ¡Entonces no le temían al equipaje con niños! Toda la familia cabía en un Seiscientos. Y cuando digo toda la familia me refiero al padre, la madre, los cuatro hijos, la abuela… ¡Y la jaula del canario! ¿En serio? En la baca, dos maletitas escuetas. ¿EN SERIO?
Nosotros, con tres hijos, tenemos un monovolumen y, sin embargo, creo que este año vamos a tener que contratar un camión de mudanzas… El monovolumen está bien para cuando nos vamos de finde. (Bueno, quizá también se quede un poco justo). Pero para viajes más largos… ¡Olvídate!
Todo «equipaje con niños» empieza por la ropa. Te lanzas, muy decidida: “este año voy a meter lo justo”, pero según avanza el proceso de hacer la maleta, la cosa se descontrola. Ay, pero qué maravilla de conjunto, lo meto, “por si acaso”. ¿12 pantalones? ¿No serán muchos? Venga, que luego se les quedan pequeños y no los amortizamos. Si, total, esta ropita no abulta nada…
Al cabo de un rato te das cuenta de que has metido los vestidos de fiesta (no te vayan a invitar a un cumpleaños en la Embajada), las ropitas de andar por casa (no vas a pisar “un dentro” ni muerta, pero “por si acaso”, y guantes, bufandas y gorros (por si refresca por la noche, que la brisa del mar es traicionera). ¡Y listo! Cajones vacíos, maleta llena. «¿No habría sido más fácil agarrar la cómoda, directamente?», refunfuña tu marido. «¡No, hombre, no! Los leotardos no los van a necesitar». Así, año tras año. Para que, año tras año, la única prenda que terminen poniéndose sea un bañador. ¡No aprendo!
Y eso es sólo sin contar tu maleta, que también va cargada de porsiacasos (en muchos de los cuales dejaste de entrar después del primer hijo). Pero, oye, igual metiendo un poco de tripa… que es que, ¡qué pena! Con lo ideal que es este vestido de gasa ibicenco. Venga, que no se diga: vamos a volcar el armario en la maleta. Por si acaso…
Pero, ¡espera! Que es que vamos a la costa. ¡A la playa! Nos van a hacer falta tres sombrillas, que si no se me insolan. Una nevera portátil, que luego en los chiringuitos te clavan. Las sillas, que me da mucho asco la arena. Gafas para hacer snorkel y disfrutar viendo las piernas de la fauna estival mediterránea. Aletas. Colchoneta. Cubos y palas para hacer castillos… (Todos, que luego, si no, se pelean), una grúa de Ferrovial… Barca hinchable con sus remos… ¿Y qué queréis? ¡Si me costó una pasta, y la usamos dos días al año! ¡Ah! ¡Y el inflador! Y la caja de parches, por si acaso se pincha.
Carricoche, trona de viaje, cuna de viaje, mochila portabebés, la bolsa de los juguetes. ¡Ay, corcho, que se me olvidan los cuentos de Mumablue!, biberones, pañales…. Oye, ¿y las bicis, no les vendrían bien?… ¡Así es el reto del equipaje con niños! ¡Qué recuerdos de mi etapa de mochilera! Que a mí me da la risa. El vídeo ese de los años 60 es un fake. ¡Claro, si es que es del NO-DO! ¿Todo en un Seiscientos? ¡Venga, hombre!
Soy madre… ¡Y madre previsora vale por dos! (O por tres, o por cuatro, a la luz de todo lo que he metido en el camión de mudanzas) Pero a mí no me pillan en un “por si acaso”. Y punto.