Cuento sobre la muerte de una mascota para niños

Cuento sobre la muerte de una mascota

Aquí tienes un cuento sobre la muerte de una mascota para leer a los niños con un bonito mensaje: todos nuestros queridos animalitos, cuando se hacen viejos, van a parar a un jardín secreto donde desaparecen todos sus dolores y enfermedades, y vuelven a ser tan ágiles y alegres como cuando eran cachorros. Una historia que transmite la idea de que las mascotas acaban sus días en un lugar en el que son felices.

También lo tenemos disponible en audiocuento, perteneciente a nuestro podcast “Pequehistorias“. ¡Si no tienes tiempo para leérselo tú, se lo contamos nosotros!

Audiocuento muerte mascota

Música: CC0 New Age C Chimer, por Frank Nora; Satin danger, por Kevin MacLeod; Forest night, por Phase Shift; Journey of hope, por Alexander Nakarada.

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Cuento sobre la muerte de una mascota que los papás pueden adaptar a su propio hijo

“Polvo de estrellas” es un cuento que ofrece alivio a los peques que acaban de perder a su querido animalito, también adecuado para leer a esos niños cuya mascota ya es muy viejecita y empieza a asomar en la familia el temor a que el niño sufra cuando muera. En “Polvo de estrellas” ofrecemos un discurso alternativo al de “el cielo de los perros” que para los niños puede ser más difícil de comprender por su abstracción y que, además, implica hacer una referencia explícita a la muerte. Dejamos en manos del papá o la mamá ser más o menos claros con respecto a la muerte, pues nuestro enfoque se detiene en el envejecimiento.

En este cuento sobre la muerte de una mascota no hemos querido mencionar la muerte  para no herir los sentimientos de los peques, pero sí a su antesala: la vejez. Los adultos podrán comprender cuál es la verdadera naturaleza de este jardín secreto al que van las mascotas cuando envejecen gracias al guiño utilizado para nombrar a la cuidadora de este jardín, la señora Estigia, en referencia a la laguna que, en la mitología griega, se decía que atravesaban las almas de los difuntos transportados por el barquero Caronte, tal y como el poeta Virgilio relató en “La Eneida”.

Ahora que ya sabes lo que nos ha motivado a escribir este cuento sobre la muerte de una mascota, te invitamos a que se lo leas a tu peque, tenga o no mascota. ¡Lo disfrutará igual! Y te dejamos una música para poner de fondo y crear un ambiente de lectura mágico:

Polvo de estrellas

Cuenta la leyenda que todos estamos hechos de polvo de estrella. Si hay más estrellas que la suma de granos de arena de todas las playas del mundo, imaginad lo difícil que es que dos almas gemelas se encuentren. Pero a veces ocurre. Cuando dos seres provienen de la misma estrella se dice que están destinados a encontrarse y que siempre existirá entre ellos una conexión especial.

Maya y Chispo se volvieron inseparables desde el momento en que se conocieron. ¡Es indudable que estaban hechos del polvo de la misma estrella!

Chispo siempre esperaba paciente a que Maya regresara del colegio. Les encantaba salir juntos de aventuras. Aunque Chispo ya era un perro bastante viejecito, siempre estaba pendiente de su adorada niña.

Pero una mañana, Maya se despertó y Chispo no estaba. Buscó por todos los rincones de la casa. ¡Pero no había ni rastro! Hasta pegó carteles por todo el barrio y los vecinos le ayudaron a buscar. Pero Chispo no aparecía y Maya estaba realmente triste.

Paseando con desánimo, reparó en el único lugar donde no había buscado: una casa de aspecto descuidado, oculta tras un jardín de espesa maleza. ¡Pareciera como si no lo hubieran cuidado en años!

Maya se armó de valor y se dirigió hacia la casa.  La hierba era tan alta que apenas podía avanzar ni ver nada. Llamó a la puerta, pero nadie contestó.

Maya se dio cuenta de que la puerta estaba entornada, así que la empujó un poquito, se asomó tímidamente y gritó:

-¿Hola? ¿Hay alguien?

Pero nadie contestó, de modo que Maya empujó un poco más la puerta, que se abrió con un largo gemido de goznes, y entró en la misteriosa casa. Observó que había extraños artilugios por todas partes, además de correas y jaulas de todos los tamaños. De las paredes colgaban un montón de cuadros con retratos de mascotas

Maya pensó que quien vivía ahí había usado esos artilugios para capturar a los animales y podría tener atrapado a Chispo.

De pronto, una figura emergió de las sombras. Era una mujer ancianísima. Su pelo era ya blanco como la nieve y estaba recogido en un enorme moño que había adornado con plumas de distintos colores. Estaba tan encorvada que casi no podía mirar al frente y su piel estaba surcada por millones de profundas arrugas. ¡Es una bruja!, pensó Maya.

– ¿Puedo ayudarte, joven? -preguntó la anciana surgida de las sombres.
– ¡Ah! Devuélveme a Chispo. ¿Dónde lo tienes escondido? -acusó Maya.
-¿Quién es Chispo? -se sorprendió la mujer.
-¡Es mi perro y ha desaparecido! Sé que está aquí.

La anciana se quedó un rato mirando a Maya. Al cabo de unos segundos, dijo.

–Ven conmigo, quizá pueda ayudarte. Por cierto, soy la señora Estigia.

Entonces la señora Estigia dio media vuelta y con un movimiento grácil, casi como si flotara sobre el suelo, desapareció por un pasillo.

Maya la siguió lo más rápido que pudo hasta llegar al jardín trasero. La vegetación seguía siendo espesa y tuvo que atravesar varias enredaderas y zafarse de ramas de formas caprichosas antes de llegar a una enorme y misteriosa puerta de piedra.

La puerta llevaba a un lugar extraordinario, un mundo lleno de flores, de colores. La brisa era suave, lucía el sol y se escuchaba el canto de los pájaros. En él corrían y saltaban todas las mascotas que uno pueda imaginar. Algunos animales que Maya había visto en los cuadros corrieron a saludar a la señora Estigia.

Entre ellos se encontraba Chispo que, al ver a su amita, se lanzó sobre ella y le llenó la cara de cariñosos lengüetazos. ¡Maya no podía contener las lágrimas de alegría!

-¡Chispo, estás aquí! ¿Por qué te has escapado? Me has dado un susto de muerte -sollozó la niña.

Entonces la señora Estigia intervino:

-No se ha escapado. A este jardín vienen a vivir las mascotas cuando ya son demasiado viejas. Al llegar aquí sus enfermedades desaparecen: dejan de sentir dolor en sus huesos, recuperan la vista y vuelven a ser tan ágiles como cuando eran cachorros.

Maya se sintió muy aliviada al descubrir que a Chispo ya no le dolería nada nunca más. También se puso muy contenta cuando vio lo bien que lo pasaba en compañía de otros animales. Estuvieron toda la tarde jugando. Al caer el sol, la señora Estigia le dijo a Maya que tenía que irse.

-¿Podré volver a visitar a Chispo otro día? -casi suplicó Maya.
Lo cierto es que normalmente no acepto visitas – respondió la señora Estigia.

La anciana estaba recostada contra una columna de piedra por la que trepaba una brillante enredadera. Parecía muy cansada. Entonces dijo:

-No suelo hacer excepciones, pero me hago vieja, pequeña. Pronto no podré cuidar de mis animalitos. ¿Qué te parecería venir a ayudarme todos los días al salir del colegio?
-¡Me encantaría! -gritó Maya con entusiasmo.

Desde entonces, Maya iba muchas tardes a visitar a la señora Estigia. La ayudaba con el jardín y a cuidar de los animales. Cada vez eran más y el mágico jardín se iba estirando hasta hacerse más y más grande. Maya creció y se hizo veterinaria. Y cuando la señora Estigia murió, se quedó a cargo de aquel paraíso animal, con su fiel amigo Chispo como ayudante. No cabe duda: ¡Maya y Chispo estaban hechos del polvo de la misma estrella!

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